domingo, 3 de junio de 2012

Sobre el placer de destruir

Hace tiempo cuando mi niña era un bebé, yo hacia torres de piedras en una playa de cantos rodados. la niña esperaba con deleite a que estuviera acabado y entonces la tiraba con gran placer y vueta a empezar.  No hace falta mostrar la alegría con que los niños de todas las edades se ensañan con casas abandonadas. Tampoco hace falta ver lo que hacen ciertos adolescentes sociópatas con el mobiliario urbano.

La razón de ese placer de destruir está en ultima instancia el negar el orden creado por otros como paso previo para después imponer el propio. Si n lo uno no es posible lo otro. Y aunque sea el caso de que el poder propio no se puede imponer, esa temporal ilusión de poder produce un sentimiento de euforia. Todo orden es la manifestación de la inteligencia y el poder de otros y por tanto es una amenaza al poder propio. Una calavera en un palo en la selva, una alineación de menhires en las praderas neolíticas, o la  inmensa sala de recepción de tributos de los reyes Persas con todo su complejo protocolo  tiene el mismo sentido que la marca hormonal fresca de un carnívoro para otro que se adentra en su territorio: Es una indicación clara de que el posible oponente ha sido capaz de hacerlo y esta dispuesto a defenderlo, ya sea desplazándose diariamente por las fronteras, ya sea movilizando la misma compleja organización social que hizo posible esa manifestación de orden, que puede utilizarse tanto para la paz como para la guerra. Cualquier manifestación de orden, por pequeño que sea, es una signo de actividad humana y por tanto una posible amenaza.

La sociedas existe cuando hay un respeto a lo hecho por otros. Ese respeto es siempre precario y tiene que haber un arbitro que medie en las disputas. los robos, invasiones de la propiedad son constantes, pero la destrucción por el mero placer no existe en Occidente, al menos de forma evidente, simplemente porque es muy dificil que el que se comporta asi reciba alguna compasión de la Justicia. Pero, como en el caso de una panda de niños en una casa deshabitada, hay aspectos de la realidad construida durante cientos de años en el que los dueños han desaparecido o no se pueden defender o no se dan por aludidos. No solo se pueden destruir las creaciones materiales. También se pueden destruir las ideas. Por eso el adolescente macarra ridiculiza no solo al empollón sino a lo que se enseña en la escuela, porque sabe que si no, la chica se puede ir con el empollón.

Tal es el caso de la destrucción de la historia mediante la tergiversación de ésta, como lo es la destrucción de las instituciones tradicionales, especialmente la familia o la obsesión con la desaparicion de la Iglesia de la vida de la gente. Quizá habría que incluir aquí la misma destrucción de las meras nociones de hombre y mujer y la misma destrucción de las conciencias, por medio de esa obsesión neurótica por asegurarse de que nadie crea en nada excepto en la religión "científica" de turno , ya sea el ecologismo, el marxismo o incluso la dietética o la energía de las piedras. Los destrozones quieren arrasar los artesonados, las columnas, los espejos, las escaleras, hasta los cimientos de la casa vieja  para montar su tienda de campaña y ponerse a asar patatas en la hoguera hecha con los marcos de los cuadros.

Spengler describía bien esa "furia torpe" de este tipo de destructores culturales, bien talluditos, pero con el mismo complejo infantil, disfrazado de libertad:

"Cuando la "nobleza derrochadora ... los académicos náufragos, los aventureros y especuladores, los delincuentes y las prostitutas, los holgazanes, y los débiles mentales despertan a la chusma en la causa de la libertad lo que realmente quieren es liberarse de todos los vínculos de la civilización, de todo tipo de formas y costumbres, de todas las personas cuyo modo de vida sienten, en su furia torpe, que son superiores"

-Oswald Spengler http://www.brusselsjournal.com/node/4945 

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